Si echamos la vista atrás y analizamos el punto en el que nos encontramos, pienso que resultará innegable la gran influencia que ha tenido, desgraciadamente en sentido negativo, la transmisión del modelo de género tradicional en la manera como nos relacionamos y en la manera de entendernos a nosotros mismos a día de hoy.
Según este modelo habría unos agentes socializadores, entre los cuales destaca la familia, que actuarían como intermediarios y mediadores del proceso de socialización por el cual aprehendemos unas normas, valores, ideales, creencias, etc. de la sociedad en la que vivimos.
Algunas de estas creencias se arrastran como un lastre y se continúan perpetuando a pesar de sus fundamentos sean dudosos. Mediante este proceso de socialización adquirimos e interiorizamos, también, maneras de comportarnos y estereotipos que guiarán nuestra manera de «estar» en sociedad.
Así, a pesar de las resistencias y oposiciones de algunos, existen estereotipos a través de los cuales aprehendemos lo que se espera y lo que se considera de un hombre y de una mujer, de forma que, consciente o inconscientemente, tenderemos a posibilitar esta idea adquirida.
Los hombres serán fuertes, valientes, rudos y dominantes, mientras que las mujeres serán el sexo débil, incompetente para tareas diferentes al cuidado de las personas, pero a la sombra de ellos; una sombra que existe desde los inicios más remotos cuando Eva se formó de una costilla de Adán, como un reducto, un incompleto perpetuamente en aras de ser completado.
Esta supuesta debilidad, y este supuesto carácter inferior que se le ha otorgado tradicionalmente a las mujeres, ha servido a la vez para legitimar un trato desigual que ha mantenido a la mujer en cautiverio de lo que la sociedad ha considerado que le correspondía.
Del mismo modo, deja prisioneros a los niños en esta definición de masculinidad, sin margen para expresarse más allá de esta. Desde que nacemos formamos nuestras identidades según el color azul o rosa de nuestro recibimiento, según los juguetes (muñecas o coches) que tenemos a nuestro alcance, es decir, en función de lo que nos ofrece el entorno y de las expectativas de este sobre nosotros y, a lo largo del tiempo, seguiremos un camino que intente cumplir estas expectativas y que intente satisfacer los diferentes roles en la construcción de nuestro «self».
La socialización contribuirá a perpetuar y transmitir esta estructura y este telón de fondo como si fuera la cosa más natural del mundo, por lo que necesitaremos de un espíritu crítico para separar el grano de la paja y para poder avanzar liberándonos de alguna de estas losas que nos ahogan.
Así, venimos de un pasado lejano en el que germinaron las diferencias y desigualdades y nos encontramos en un presente con pequeños retos cumplidos, pero con mucho camino futuro todavía por recorrer.
Es cierto, pues, que se han hecho avances hacia la igualdad, pero, a día de hoy, todavía es una realidad lejana. Sí, las mujeres han accedido al mercado laboral (con sudor y lágrimas) pero para hacerlo a menudo tienen que hacer renuncias importantes y requieren, con frecuencia, de mayores méritos.
Igualmente, en el camino hacia esta entrada en el mundo profesional y hacia el acceso a altos cargos tradicionalmente ocupados por hombres, han tenido que adoptar e interiorizar rasgos que se asocian al comportamiento masculino, tales como la agresividad, la rigidez o el dejar de lado las emociones, lo que nos devuelve a una concepción de superioridad masculina sepultada que presupone estos rasgos como más positivos.
Asimismo, todavía hoy existen diferencias en términos de retribución económica entre mujeres y hombres que ocupan el mismo cargo, por lo que, a pesar de que ha habido mejoras, todavía queda mucho por conseguir (ámbito profesional-económico) para eliminar esa brecha salarial.
Otras desigualdades quedan patentes, por ejemplo, en el ámbito familiar, donde el hombre ha quedado tradicionalmente libre de toda tarea doméstica y de crianza. A pesar de que el hombre va adquiriendo gradualmente roles de cuidado y participa más en las tareas de la casa, la desigualdad en términos numéricos nos muestra que alrededor de un 70% continúa sin asumir estos roles.
A nivel legal también se perpetúa este desequilibrio cuando la gestión de custodias de los hijos continúa presuponiendo esta mayor capacidad de la mujer para cuidar de los niños.
En el ámbito educacional, las mejoras en educación primaria y secundaria han sido abismales, consiguiendo una educación igualitaria por ambos sexos.
A niveles superiores y en el ámbito universitario se continúan encaminando a las mujeres hacia unas áreas temáticas y unos estudios que tradicionalmente se le han asignado; de aquí radican las desproporciones entre el número de hombres y mujeres en carreras como enfermería, pedagogía, psicología o fisioterapia.
El ámbito de las amistades se convierte en un agente socializador potente, especialmente en la adolescencia y la juventud, por la relevancia que adquiere en la transformación identitaria del individuo.
Los grupos de amistad no segregados, heterogéneos, son una relativa novedad de los últimos años que contribuye a esta mezcla enriquecedora en la que cada sexo puede aprender del otro.
Las personas se acostumbran a unir por afinidades, lo que propicia que se sigan potenciando y reforzando determinados posicionamientos. Continúa viéndose extraño que una niña juegue con todo el equipo masculino de fútbol en la hora del patio.
En cuanto al ámbito político, a pesar de que continúan haciéndose mejoras en dirección a la igualdad (el actual gobierno es el que integra mayor número de mujeres en cargos de la historia), la realidad es que la mayor parte de plazas políticas están ocupadas por hombres y, a medida que vamos ascendiendo en la jerarquía de los puestos de trabajo, esta desproporción aumenta.
Mientras simbólicamente se celebre el día de la mujer, podremos seguir pensando que los cambios y la situación de igualdad de género todavía no es una realidad
¿Cuántas presidentas de los EE. UU. ha habido a lo largo de la historia? ¿Y presidentas de gobierno o alcaldesas de Barcelona? Respondiendo correctamente a estas cuestiones vemos que la desigualdad en este ámbito es flagrante y, si tenemos en cuenta que el ámbito político es una parte visible importante de lo que ocurre a la sociedad, si tenemos en cuenta que los políticos representan al pueblo y la estrecha relación entre política y leyes, seremos más conscientes que estamos todavía lejos de una situación deseable.
Eso sí, las mujeres han conseguido derecho a voto, sorprendentemente, en un pasado no muy lejano (1977). En el ámbito comunicacional encontramos una fuente importante de estos estereotipos y roles que impregnan el proceso de socialización, ya sea con la tipología de programas emitidos, su contenido o su formato, o a través de los anuncios y campañas publicitarias.
La mujer aparece cosificada, como un mero reclamo sexual y la receptora de mensajes que potencian esta imagen de la mujer como ama de casa y protectora de los hijos, o como objeto sexual.
Los productos de limpieza, por ejemplo, van directa y mayoritariamente dirigidos a las mujeres, hecho que refuerza los roles tradicionales; las colonias masculinas usan la potencial irresistibilidad de estos ante unas mujeres que se muestran guiadas por apariencias externas y detalles insustanciales.
Y de forma impertérrita, durante años, las películas han sabido vender un prototipo de pareja basada en una idea romántica que fortalece la concepción tradicional; las mujeres de los films, siempre en espera y pendientes de los hombres, dirigiendo su vida alrededor de estos; las mujeres débiles que se arreglen para sus maridos y que basan toda su existencia en torno a ellos. Evidentemente, hace falta un gran cambio.
Finalmente, en el ámbito simbólico encontramos una losa profunda y abstracta que, quizá por eso, se convierte en la más compleja de cambiar. Estamos hablando de ideologías, de creencias, valores que impregnan nuestra sociedad y que se han ido formando a lo largo de los años, como un cuentagotas que ha ido calando en los cimientos sociales. Mientras simbólicamente se celebre el día de la mujer, podremos seguir pensando que los cambios y la situación de igualdad de género todavía no es una realidad.
Concluyendo, pues, vemos una supuesta igualdad y equidad que, en realidad, es ficticia y requiere de nuevas políticas, nuevas leyes, nuevos sistemas educativos y nuevas actitudes para propiciar un cambio auténtico.