Tic, tac, tic, tac, tic, tac… la Navidad se empieza a respirar a cada esquina y, con ella, una cazuela de caldo donde se mezclan ilusión, consumismo exagerado, encuentros entrañables, reuniones familiares más o menos tensas, añoranza por los que ya no están y un aderezo que se pueden acabar convirtiendo en una comida exquisita o el peor sabor amargo que hayamos degustado.
Las luces navideñas cada vez más avanzadas y unos escaparates que no dejan escapar ningún día para incentivar las ventas de la campaña navideña se convierten en los entrantes de esta comida que, a menudo, se hará difícil de digerir.
¿Qué elementos intervienen en esta experiencia? Para entender cómo nos afectará la gestión de estas fiestas y qué podemos hacer para vivirlas de la mejor manera posible, lo que primero necesitamos es conceptualizar el estrés.
Entendemos por estrés la percepción de no disponer de suficientes recursos para afrontar o dar respuesta a las demandas de nuestro entorno. Esta percepción nos genera una sensación desagradable que se transformará en respuestas físicas concretas: dolor de cabeza, problemas gastrointestinales, dificultades para dormir, hipertensión, etc.; es el que se conoce como respuestas fisiológicas del estrés.
En la época de la Navidad, además de las actividades rutinarias de nuestro día a día, se añaden obligaciones y contactos con personas que nos pueden provocar la percepción de no disponer de suficientes recursos y energía para soportarlo todo y, dar, como resultado, este malestar emocional.
Vamos a ver alguno de los aspectos que aparecen en la Navidad y cómo podemos hacer para vivirlo de manera más funcional.
Los regalos
Si una cosa caracteriza la Navidad es la presencia de regalos. Vivimos en una sociedad de consumo en la que el ritmo imparable de compras se convierte en motor de vida y la Navidad es una oportunidad económica para dar impulso a este consumo.
Los regalos pueden convertirse en una necesidad vivida desde la imposición del dar y recibir que deforma del todo el significado de las muestras de afecto. Los regalos tendrían que ser un intercambio, un “pensar en el otro”, pensar en otras personas, reactualizar nuestra relación a través de un objeto y hacer llegar de una forma concreta y material que ese otro es importante para nosotros.
En lugar de esto, muy a menudo, los regalos cuantifican erróneamente cómo y en qué medida estimamos a otra persona y cómo de importantes somos por los demás, desvirtuando completamente el afecto y reduciéndolo a una mera representación.
En este sentido, nos ayudaría otorgar en su justa medida el valor de los regalos y deshacernos un poco de la presión del entorno para poder regalar lo que creemos que la otra persona espera, más allá de un valor puramente monetario y de lo que nosotros, por tiempo y ganas, queremos regalar.
Los encuentros
Otra cosa distintiva de la Navidad, que se podría decir que es bastante común interculturalmente, son las reuniones, en nuestro caso, con la familia y alrededor de una mesa.
Ya sea porque vamos a casa de alguien o porque lo celebramos en la nuestra, estos encuentros con la propia familia, con la familia política o con ambas pueden provocar momentos de mucha tensión. Que seamos familia no necesariamente significa que nos entendamos y, a menudo, emergen conflictos que la distancia amortigua, pero que la proximidad en la Navidad reaviva.
Lo primero que deberíamos tener presente es que, a pesar de que pueda parecer que no tenemos opción, la realidad es que podemos hacer lo que decidamos y creamos oportuno; es decir, tenemos capacidad de decisión para optar por asistir o no a una de las reuniones o convocar o no a la familia en pleno en nuestra casa.
Lo siguiente que debemos considerar para estos días es introducir una mirada diferente hacia aquella persona o personas que nos generan malestar. La idea seria, aquí, sustituir el “no lo soporto” o el “no lo aguanto” por una mirada diferente, desde otra perspectiva más compasiva y humana; preguntarnos cuáles son las cualidades o virtudes de esa persona, sus debilidades, su historia vital que da sentido a cómo es, o preguntarnos por sus miedos, nos puede ayudar a entenderla y relacionarnos con ella de una manera distinta, abriendo la posibilidad a que pasen cosas diferentes a las de las últimas veces que nos hemos encontrado.
La pareja
En este marco familiar no es difícil intuir que pueden emerger fácilmente tensiones de pareja como punto amortiguador de las discordancias con la propia familia o con la política. Situaciones o conflictos que durante el año pasan de forma más suave, ahora se convierten en verdaderos frentes abiertos.
A menudo, se pide a la pareja que se posicione: o “estás conmigo o contra mí”, “me apoyas o te posicionas junto a tu familia”, generando estrés a todo el sistema de lealtades. Debemos tener en cuenta que una de las lealtades importantes a cuidar es la de la pareja y que esto tendría que ser compatible con respetar, en la medida del posible, el resto de lealtades que entran en juego con cada persona.
Hablar de las susceptibilidades respectivas y llegar a acuerdos sobre la gestión y organización de estos días, con una idea planificada del tiempo a estar con las familias respectivas, puede ayudar a disminuir la aparición de conflictos y a gestionar mejor manera el rato de los encuentros.
Las ilusiones
Finalmente, y no menos importante, el último elemento que trae la Navidad es la ilusión. La lotería de Navidad, con una campaña de marketing muy potente, que se dirige a tocarnos el corazón, nos vende y nos regala ilusión; nos regala la esperanza de poder ganar la lotería y nos transmite lo felices que seremos si compramos un boleto.
Pero se olvidan de comunicar que esta supuesta felicidad no va condicionada a la compra del boleto, sino a la posibilidad, seamos realistas, bastante remota, de ganar la lotería. En estas épocas navideñas, en las que llegamos hambrientos de ilusión, comprar lotería se convierte en algo parecido a comprar ilusión. Por eso, no tenemos que olvidar que la ilusión se puede construir durante todos el año y a través de caminos más directos y efectivos.
Los objetivos
Generalmente, además, llegamos al tramo final del año con un cóctel emocional muy diverso que, a menudo, embriaga, y en el que las fechas invitan a hacer un balance del año vivido y a encarar el nuevo que está para venir.
Aquí, podemos caer fácilmente en la trampa de responder a este balance desde un estado emocional concreto que determinará un resultado positivo o negativo sesgado y que, generalmente, no es fiel a la realidad.
Igualmente, nos puede ocurrir que encaremos el nuevo año con unas expectativas sobredimensionadas de nuevos propósitos, que acabarán siendo un fracaso estrepitoso y que nos harán llegar a la siguiente Navidad con la sensación de que hemos perdido otro año para adelgazar, para cambiar de trabajo, para encontrar pareja y para ser felices.
Hacer un balance sereno, justo y sosegado, y fijar unos objetivos realistas y alcanzables para el nuevo año, son cosas que nos pueden ayudar para que la ilusión no nos emborrache y, como mínimo, nos permita tener este pequeño espacio de mirada introspectiva y reflexiva que nos brindamos socialmente en Navidad.